Durante semanas, meses, años, lo único que pasaba era el tiempo. Nada de lo que ocurría dejaba una huella imborrable. No quedaban recuerdos, ni momentos intensos, ni fuerzas de la naturaleza arrastrándola a algún rincón apasionante…..nada. Se había olvidado de vivir. Había perdido la sonrisa, la pasión, las ganas.
Nada tenía el tirón suficiente para obligarla a ponerse los tacones, pintar su sonrisa de rojo pasión y salir a la calle a comerse todo lo que se le pusiese por delante. El café no tenía sabor, ni olor. La primavera se había convertido en el invierno perpetuo de los tiempos. Había perdido la sonrisa, la pasión, las ganas.
El pasado empezaba a ser algo vacío. Ni siquiera los momentos verdaderamente importantes tenían un rincón. Su mente sufría la demencia senil de la tristeza. Su mundo interior era una meseta yerma y estéril de pensamientos esperanzadores y felicidad. Había perdido la sonrisa, la pasión, las ganas.
Y así, sumida en la oscuridad de las lágrimas que nunca afloraron, se fue ahogando en las tinieblas de lo que nunca sucederá. Perdió el contacto con la realidad. Ya no habrá recuerdos, pensamientos conexos, esperanzas. Ahora todos la llaman loca. Ahora sale a la calle a caminar sin rumbo. Con una flor en el pelo y cantando una canción que nadie reconoce. Solo queda esperar que pase el tiempo. Solo queda caminar y caminar hasta que el alma despegue hacia ese lugar donde todas las almas se reúnen a celebrar la alegría de vivir.
Porque no había sitio para ella en este mundo imposible. No había sitio para su sensibilidad en esta civilización estresada, gris, sin corazón. Porque tanto dolor le había apagado el alma. Y había perdido la sonrisa, la pasión……las ganas.